martes, 16 de agosto de 2016

 Bibliografía





VIODEOS: TRADICIONES PERUANAS ( RICARDO PALMA)

VIDEOS: BIOGRAFÍA DE RICARDO PALMA



Referencias


http://www.cervantesvirtual.com/portales/ricardo_palma/obra-visor-din/tradiciones-peruanas-primera-serie--0/html/
Otras Obras



-El hijo del sol

-Consolación

-Rodil

-La hermana del verdugo

-La muerte o la libertad

-Corona patriótica

-El santo de Panchita

-Anales de la Inquisición de Lima

-Congreso constituyente

-Armonías. Libro de un desterrado

-Lira americana

-Pasionarias

-Tradiciones

-Don Juan del Valle Caviedes

-Verbos y gerundios

-Monteagudo y Sánchez Carrión

-El demonio de los Andes

-Ropa vieja

-Cristián

-A San Martín

-Ropa apolillada

-Filigranas. Aguinaldo a mis amigos

-Neologismos y americanismos

-Cachivaches

-Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario

-Tradiciones selectas del Perú



La fiesta de San Simón Garabatillo


 Faustino Guerra había se encontrado en la batalla de Ayacucho en condición de soldado raso. Afianzada la independencia, obtuvo licencia final y retiro se a la provincia de su nacimiento, donde consiguió ser nombrado maestro de escuela de la villa de Lampa. 

El buen Faustino no era ciertamente hombre de letras; más para el desempeño de su cargo y tener contentos a los padres de familia, bastábale con leer medianamente, hacer regulares palotes y enseñar de coro a los muchachos la doctrina cristiana. 

La escuela estaba situada en la calle Ancha, en una casa que entonces era propiedad del Estado y que hoy pertenece a la familia Montesinos. 

Contra la costumbre general de los domines de aquellos tiempos, don Faustino hacía poco uso del látigo, al que había él bautizado con el nombre de San Simón Garabatillo. Tenía lo más bien como signo de autoridad que como instrumento de castigo, y era preciso que fuese muy grave la falta cometida por un escolar para que el maestro le aplicase un par de azoticos, de esos que ni sacan sangre ni levantan roncha. 

El 28 de octubre de 1826, día de San Simón y Judas por más señas, celebrase con grandes festejos en las principales ciudades del Perú. Las autoridades habían andado empeños as y mandaron oficialmente que el pueblo se alegrase. Bolívar estaba entonces en todo su apogeo, aunque sus planes de vitalicia empezaban ya a eliminarle el afecto de los buenos peruanos. 

Sólo en Lampa no se hizo manifestación alguna de regocijo. Fue ese para los lampeños día de trabajo, como otro cualquiera del año, y los muchachos asistieron, como de costumbre, a la escuela. 

Era ya más de mediodía cuando don Faustino mandó cerrar la puerta de la calle, dirigiese con los alumnos al corral de la casa, los hizo poner en línea, y llamando a dos robustos indios que para su servicio tenía, les mandó que cargasen a los niños. Desde el primero hasta el último, todos sufrieron una docena de latigazos, a calzón quitado, aplicados por mano de maestro. 

La gritería fue como para ensordecer, y hubo llanto general para una hora. 

Cuando llegó el instante de cerrar la escuela y de enviar los chicos a casa de sus padres, les dijo don Faustino: 

-¡Cuenta, pícaros godos, con que vayan a contar lo que ha pasado! Al primero que descubra yo que ha ido con el chisme lo tundo vivo. 

« ¿Si se habrá vuelto loco su merced?», se preguntaban los muchachos; pero no contaron a sus familias lo sucedido, si bien el escozor de los ramalazos los traía aliquebrados. 

¿Qué mala mosca había picado al magister, que de suyo era manso de genio, para repartir tan furiosa azotaina? Ya lo sabremos. 

Al siguiente día presentárnosle los chicos en la escuela, no sin recelar que se repitiese la función. Por fin, don Faustino hizo señal de que iba a hablar. 

-Hijos míos -les dijo-, estoy seguro de que todavía se acuerdan del rigor con que los traté ayer, contra mi costumbre. Tranquilícense, que estas cosas sólo las hago yo una vez al año. ¿Y saben ustedes por qué? Con franqueza, hijos, digan si lo saben. 

-No, señor maestro -contestaron en coro los muchachos. 

-Pues han de saber ustedes que ayer fue el santo del libertador de la patria, y no teniendo yo otra manera de festejarlo y de que lo festejasen ustedes, ya que los lampeños han sido tan desagradecidos con el que los hizo gentes, he recurrido al chicote. Así, mientras ustedes vivan, tendrán grabado en la memoria el recuerdo del día de San Simón. Ahora a estudiar su lección y ¡viva la patria! 

Y la verdad es que los pocos que aún existen de aquel centenar de muchachos se reúnen en Lampa el 28 de octubre y celebran una comilona, en la cual se brinda por Bolívar, por don Faustino Guerra y por San Simón Garabatillo, el más milagroso de los santos de achaques de refrescar la memoria y calentar partes pósteras.


Justos y pecadores



Allá por los buenos tiempos en que gobernaba estos reinos del Perú el Excmo. Sr. D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, arremolinábase a la caída de una tarde de junio del año de gracia 1605, gran copia de curiosos a la puerta de una tienda con humos de bodegón situada en la calle de Guitarreros, que hoy se conoce con el nombre de Jesús Nazareno, calle en la cual existió la casa de Pizarro. Sobre su fachada, a la que daba sombra el piso de un balcón, leíase en un cuadro de madera y en deformes caracteres:…………….


¡Pues bonita soy yo, el castellano!


Mariquita castellano era todo lo que se llama una real moza, bocado de arzobispo y golosina de oidor. Era como para cantarla esta copla popular: Si yo me viera contigo, / la llave a la puerta echada/ y el herrero se muriera/ y la llave se quebrara
    ¿No la conociste, lector?
   Yo tampoco; pero a un viejo, que alcanzó los buenos tiempos del virrey Amat, se me pasaban las horas muertas oyéndole referir historias de la Marujita, y él me contó la del refrán que sirve de título a este artículo. María Castellanos era la más linda morenita limeña
La Castellanos tenía prendido a sus enaguas al empingorotado conde de ***, viejo millonario
El apellido Castellanos aproxima María a su aristocrático amante
La pareja representa el proyecto peruano de Ricardo Palma Micaela Villegas era hembra de escasísima belleza
Es apodada la Perrichola; su amante habla mal el castellano; el virrey Amat es catalán


La casa de Pilatos



Frente a la capilla de la Virgen del Milagro hay una casa de especial arquitectura, casa sui géneris y que no ofrece punto de semejanza con ninguna otra de las de Lima. Sin embargo de ser anchuroso su patio, la casa es húmeda y exhala húmedo vapor. Tiene un no sé qué de claustro, de castillo feudal y de casa de ayuntamiento.
Que la casa fue de un conquistador, compañero de Pizarro, lo prueba el hecho de estar la escalera colocada frente a la puerta de la calle; pues tal era una de las prerrogativas acordadas a los conquistadores. Hoy no llegan a diez las casas que conservan la escalera fronteriza.
El extranjero que pasa por la calle del Milagro se detiene involuntariamente en su puerta y lanza al interior mirada escudriñadora. Y lo particular es que a los limeños nos sucede lo mismo. Es una casa que habla a la fantasía. Ni el Padre Santo de Roma le hará creer a un limeño que esa casa no ha sido teatro de misteriosas leyendas.
Y luego, la casa misteriosa fue conocida, desde hace tres o cuatro generaciones, con nombre a propósito para que la imaginación se eche retozar. Nuestros abuelos y nuestros padres la llamaron la casa de Pilatos, y así la llamamos nosotros y la llaman nuestros hijos. ¿Por qué? ¿Acaso Poncio Pilatos fue propietario en el Perú?
Entre mis manos y bajo mis espejuelos he tenido los títulos que el actual dueño, compadeciendo acaso mi manía de embelesarme con antiguallas, tuvo la amabilidad de permitirme examinar; y de ellos no aparece que el pretor de Jerusalén hubiera tenido arte ni parte en la fábrica del edificio, cuya área mide cuarenta varas castellanas de frente por sesenta y ocho de fondo.
Y sin embargo, la casa se llama de Pilatos. ¿Por qué?
Voy a satisfacer la curiosidad del extranjero, contando lo mismo que las viejas cuentan y nada más. Se pela la frente el lector limeño que piense que sobre la casa de Pilatos voy a decirle algo que él no se tenga sabido.
La casa se fabricó en 1590, esto es, medio siglo después de la fundación de Lima y cuando los jesuitas acababan de tomar cédula de vecindad en esta tierra de cucaña. Fue el padre Ruiz del Portillo, Superior de ellos, quién delineó el plano; pues ligábalo estrecha amistad con un rico mercader español apellidado Esquivel, propietario del terreno.
Con maderas y ladrillos sobrantes de la fábrica de San Francisco y que Esquivel compró a ínfimo precio, se encargó el mismo arquitecto que edificaba el colegio máximo de San Pablo de construir la casa misteriosa, edificio sólido y a prueba de temblores, que no pocos ha resistido sin experimentar desperfecto.
Por medio de una ancha galería, sótano o bóveda subterránea, de seis cuadras de longitud, está la fábrica en comunicación con el convento de San Pedro que habitaron los jesuitas.
Ese subterráneo que, previo permiso del actual propietario de la casa, puede visitar el curioso que de mis afirmaciones dude, les vendrá de perilla a los futuros escritores de novelas patibularias. En el sótano pueden hacer funcionar holgadamente contrabandistas, y conspiradores, y monederos falsos, y caballeros aherrojados, y doncellas tiranizadas, y todo el arsenal romántico romancesco. ¡Cuando yo digo que la casa de Pilatos está llamada a dar en el porvenir mucha tela que cortar!
¿Para qué se hizo este subterráneo? Ni lo sé ni me interesa saberlo.
La casa hasta 1635 sirvió de posada y lonja a mineros y comerciantes portugueses. Treinta y siete mil pesos de a ocho había invertido Esquivel en la fábrica, y los arrendamientos le producían un interés más que decente del capital empleado. Época hubo también en que, hallándose la plaza del mercado situada en San Francisco, fue el patio de la casa de Pilatos ocupado por los vendedores de fruta.
Heredó la casa doña María de Esquivel y Járava, esposa de un general español; y muerta ella, la Inquisición, que por censos tenía un crédito de ochocientos pesos, y otros acreedores, formaron concurso. Duró tres años la tramitación del expediente, y en 1694 se decretó el remate de la finca para satisfacer acreencias que subían a doce mil pesos.
D. Diego de Esquivel y Járava, natural del Cuzco, caballero de Santiago y que en 1687 obtuvo título de marqués de San Lorenzo de Valleumbroso, no quiso consentir en que la casa de su tía abuela pasara a familia extraña; y después de pagar acreedores, dio a los herederos veintiocho mil pesos.
Después de la Independencia cesó la casa de formar parte del mayorazgo de Valleumbroso y pasó a otros propietarios, circunstancia muy natural y sin importancia para nosotros.
Olvidaba apuntar que en tiempo del virrey Amat, a propósito de la expulsión de los jesuitas, se dijo que del sótano de la casa se había sacado un tesoro. No afirmo, consigno el rumor.
Pero a todo esto, ¿por qué se llama esa la casa de Pilatos? No digas, lector, que se me ha ido el santo al cielo. Ten paciencia, que allá vamos.
Cuenta el pueblo que por agosto de 1635 y cuando la casa estaba arrendada a mineros y comerciantes portugueses, pasó por ella, un viernes a media noche, cierto mozo truhán que llevaba alcoholizados los aposentos de la cabeza. El portero habría probablemente olvidado echar cerrojo, pues el postigo de la puerta estaba entornado. Vio el borrachín luces en los altos, sintió algún ruido o murmullo de gente, y confiando hallar allí jarana y moscorrofio, atreviose a subir la escalera de piedra, que es, dicho sea de paso, otra de las curiosidades que el edificio ofrece.
El intruso adelantó por los corredores hasta llegar a una ventana, tras cuya celosía se colocó, y pudo a sus anchas examinar un espacioso salón profusamente iluminado y cuyas paredes estaban cubiertas por tapices de género negro.
Bajo un dosel vio sentado a uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, el portugués D. Manuel Bautista Pérez, y hasta cien compatriotas de éste en escaños, escuchando con reverente silencio el discurso que les dirigía Pérez y cuyos conceptos no alcanzaba a percibir con claridad el espía.
Frente al dosel y entre blandones de cera había un hermoso crucifijo de tamaño natural.
Cuando terminó de hablar Pérez, todos los circunstantes menos éste fueron por riguroso turno levantándose del asiento, avanzaron hacia el Cristo y descargaron sobre él un fuerte ramalazo.
Pérez, como Pilatos, autorizaba con su impasible presencia el escarnecedor castigo.
El espía no quiso ver más profanaciones, escapó como pudo y fue con el chisme a la Inquisición, que pocas horas después echó la zarpa encima a más de cien judíos portugueses.

Un litigio original



Entre el segundo marqués de Santiago D. Dionisio Pérez Manrique y Villagrán y el primer conde de Sierrabella D. Cristóbal Masía y Valenzuela había, por los tiempos del virrey conde de la Monclova, una enemistad de mil demonios. El título del primero databa desde Felipe IV, y el del segundo desde Carlos el Hechizado; apenas treinta años de distancia entre la nobleza del uno y la del otro.
La guerra era, digámoslo así, de casa a casa; asunto de pergaminos más o menos amarillentos, y de un arminio, roel o dragante de más o de menos en el escudo de armas.
A no ser los jefes de ambas casas hombres que ya peinaban canas, de fijo que habría llegado la sangre al río. Por mucho menos ardió Troya.
Un día (que por más señas fue el 8 de septiembre de 1698) todo lo que Lima encerraba de aristocrático estaba congregado en la iglesia de San Agustín para oír el sermón panegírico que, con motivo de la fiesta de la Natividad de la Virgen, debía pronunciar uno de los frailes pico de oro que abundaban en ese convento, foco de hombres de gran saber y de portentosa elocuencia.

El Nazareno

Tradición peruana escrita por Don Ricardo Palma en 1859.
Don Diego de Arellano, era un capitán español valiente, intrépido e impío. Se burlaba de la debilidad y pobreza de la gente.
Al mismo tiempo, había un hombre de la Cofradía de los nazarenos que era todo lo contrario a D. Diego y se hacía llamar el Nazareno. Nadie sabía quién era porque se ocultaba bajo la túnica y capucha de los cofrades.
Al final se descubre quien es el Nazareno.




Mujer y tigre

 




Una hermosa joven es seducida por el hijo del tutor que se ha hecho cargo de administrar la fortuna que esta muchacha ha heredado a temprana edad. Muerto el tutor, y abandonada la mujer por el hombre que prometió amarla, solo parece quedar en su corazón espacio para la venganza. ¿Hasta dónde puede llegar el odio de una mujer que ha sido traicionada?